miércoles, 16 de diciembre de 2009
Ahora que ya no somos ni docente ni alumnos...
sábado, 5 de diciembre de 2009
Ensayos de octubre
Para ordenar lo que sigue, usen el espacio de los comentarios para colgar sus textos ensayísticos.
jueves, 26 de noviembre de 2009
Notas del trabajo final
lunes, 23 de noviembre de 2009
Memoria del proceso
Generación Y
martes, 10 de noviembre de 2009
Otra ayuda
Una ficción que se autoproclama eterna
El poder no es estático. No es una realidad dada de una vez y para siempre. Nadie puede ostentar título de propiedad sobre él. El poder es una construcción social legitimada, el reconocimiento externo de una posición de mando, de decisión. Sin esa legitimidad, pierde arraigo, se desploma. Pasa a ser una máscara sin un rostro detrás, un traje lujoso que al caer desnuda el engaño de una no-existencia.
En ocasiones, el tránsito de un estado a otro es un recorrido lento, dificultoso. En otros casos, una situación marca el quiebre, el irreversible punto de inflexión. Entonces, el poder cambia de manos de un modo imperceptible y contundente, y hasta se vuelve contra su antiguo poseedor.
Cuando en “Corazonada”
Lo mismo le ocurrió a Hop Frog. Todo parecía desarrollarse como tantas otras veces: el Rey exigiéndole ideas creativas, emborrachándolo a la fuerza para burlarse de él, los ministros festejando la falta de escrúpulos de Su Majestad. Una escena harto conocida. Hasta que su compañera Trippetta tuvo que sufrir en el propio cuerpo la violencia imperante. En ese preciso momento, la normalidad se interrumpió. A Hop Frog el golpe lo movilizó, lo hizo reaccionar. Pero no se movió. Tan sólo pensó. Unos instantes después, todos estaban haciendo lo que él les indicaba: los roles se habían modificado. Ellos creían que el enano estaba obedeciendo las órdenes que había recibido. No sabían que era él quien ahora mandaba, quien había pasado a tener el poder de conducirlos a la muerte.
Para que el brazo de hierro caiga sobre los más no alcanza con alguien que quiera ejecutarlo. También es necesario que existan otros que acepten la irreversibilidad de su condición y le permitan ser. Si esos otros se rebelan contra lo dado y toman la decisión de actuar, las cartas vuelven a echarse. Son ejemplo de esto las comisiones internas de los sindicatos que combaten a la patronal y a las propias cúpulas gremiales y las madres que, organizadas en las villas, han logrado alzar su voz para luchar contra el paco y denunciar la complicidad policial y política. En todos lo casos, con un denominador común: vencer la parálisis, dejar de ser espectadores. Cuánto más se extiende esta conducta, más retrocede el poder.
El poder se nutre del miedo, del “con ellos no se puede”. Deslegitimar esa verdad impuesta es el paso decisivo para alterar el orden “natural” de las cosas.
La ayuda de los ayudantes
¿Por qué cantamos?
Si las almas están rotas y los ríos secos y los ojos cerrados y las piernas cansadas, ¿por qué debemos cantar? Porque el corazón aún late y las lluvias llegan y la mirada brilla y los pasos son más firmes si alguien va a la par. Es que aún hay esperanza. Aquello que dicen algunos: “es lo último que se pierde.”
Enemiga del silencio, la esperanza renace en cada golpe, en cada intento de asfixia, en cada bocanada de aire puro y joven. Se grita a sí misma, no calla jamás. Tiene la constancia del pulso, porque existe mientras hay vida.
Algunos, muchos, se encargan de describirla y de documentar su presencia en los hechos de la historia; otros tantos la inventan y le dan entidad en la ficción. Así, la esperanza transita por el maravilloso mundo de la literatura, donde se imprime fuertemente sobre las blancas hojas del silencio para no morir jamás.
Es en este sentido que el escritor mexicano Juan Rulfo en su cuento “Nos han dado la tierra”, recupera este sentimiento no sin antes describir un pesar casi inacabable, una angustia insoslayable, un camino eterno hacia lo que promete ser la nada. Esas son las sensaciones que invaden al lector cuando se introduce en la narración.
Los campesinos peregrinan al sol en pleno desierto, invadidos por la sed del territorio dado, pero no hallan más que la aridez del llano. Sin embargo, transitan juntos y no se pierden. Van mirando hacia adelante y aún en ese paisaje decadente y en ese fin existe la esperanza. Con la tristeza de la desilusión pero con la grandeza del oprimido, uno de ellos decide seguir y dice: “La tierra que nos han dado está allá arriba”. Así termina, no podría ser de otra manera. A pesar de estar subsumido en el pesimismo de la época, Rulfo no puede dejar de plasmar su mirada latinoamericanista y esa tendencia hacia la resurrección inexplicable.
No hay duda entonces: a pesar de la realidad tirana que sofoca, excluye y subyuga, se puede construir un escenario donde los nortes sean otros. Siempre y cuando haya alguien con quien compartir la mirada y con quien tender redes.
Cantemos porque, así, la esperanza ineludiblemente renacerá.
Marien Chaluf